Adultos de mi generación, tengo algo que contarles que quizás ya hayan intuido.
Siguen siendo niños heridos. Y seguirán toda la vida asà salvo milagro.
Los niños gritan y lloran para ser escuchados. Los adultos de hoy hacemos lo mismo. Gritamos, peleamos, nos matamos con palabras de falsa moralidad y no dejamos que nadie crezca ni avance por miedo a ver nuestros abismos personales.
Crecer significa mirar hacia dentro y avanzar significa sanar las heridas.
El universo siempre está avanzando hacia delante sin importarle que nosotros prefiramos mirar hacia detrás. Y como tenemos miedo a enfrentarnos hemos hecho del mundo un lugar que nos recuerde que es mejor no pensar, no sentir y no hablar. Por tanto dejamos de actuar por nosotros mismos para convertirnos en marionetas del silencio.
Silenciamos nuestra voz por miedo a molestar.
Maltratamos nuestra alma por miedo a sentir.
Y nuestro cuerpo de cera se va apagando como una vela.
Necesitamos sanar el dolor que nuestros ancestros han callado.
Para dejar de ser niños rotos en cuerpo de adultos errantes.
Necesitamos subrayar nuestra historia de vida, sombrear nuestras luces y acentuar nuestro lugar en el mundo con el amor que despierta la mirada honesta de quien decide adentrarse en sus abismos personales.